17. Escopofilia
Activamos un mecanismo. Para comprobar una idea. Una sola idea. Elaboramos una teoría. Te ponemos en situación de experimentar el sentido --ojo, mucho ojo, sólo el sentido-- de una mirada concreta. Unica. La mirada de un auténtico sujeto por completo instantáneo, sin duración, el efímero y para siempre aislado sí mismo punto de unión imaginario de todos los pensamientos que genera el acto de ver para una persona. Un punto de vista, un solo punto de vista: la utilización intencional y plenamente consciente de los ojos. La univocidad esencial de la mirada. Imagen literal, el campo del espejo para la psique, la base material del desvío entre el objeto y su reflejo. El reflejo y su objeto, la otredad absoluta, el vaivén del reconocimiento por el reflejo. Reconocerse uno mismo desde la presencia visual del cuerpo absoluto, individual, del otro, el sexo contrario, cambiante. Desear, los ojos y los genitales, la boca y el año, primero, y luego desear la deriva que corporiza en la otredad el deseo por percibir las partes en parte(s). Sin género definitivo, deriva perversa, la otredad absoluta, el vaivén, ni después del parto que escinde, ni antes de la muerte que sin resultado reúne; en el símbolo límite del hermafrodita, la topología polimorfa. La imagen. Deriva. Espiral que se anuda, clave genética. Una mirada y un acontecimiento visual. La mirada del grafos, de un grafos muy concreto, el grafos cinemático; la mirada del rasgo de las metamorfosis permanentes, el rasgo de la duración en el cambio, la erección de la hendidura, el pliegue que se despliega como abismo supremo del exterior y el interior de la conciencia donde brota esta mirada. De ahí, según los mitos que en este momento más nos corresponden, sigue, ya siempre igual, la semejanza. La mirada hace estar ahí la semejanza de los contrarios y la imagen de la unidad, sin madre y sin padre. Una armonía invisible. Este punto negro y sin embargo claro que brilla en el centro de mi conciencia in-completa cuando miro debajo de tu vello del pubis. Bajo las cejas. En la nuca. Bajo las axilas. Bajo el negro sol de la melancolía, el sol negro de los muertos, los locos y los poetas. Sigue el deseo. Ahora sí, el desear que genera una mirada. El trueno, la mirada que da género y pone a pensar en este sitio que mira el sexo del otro, con extrañeza, con fuerte impulso libidinal. Sin género, con sexo. Sin sexo, con género. Con extrañeza. En la unión espiritual, pero en efecto corpórea. Para de ahí, en espiral retumbe continuo, ver en el punto negro de la conciencia tu sexo. Que ahora, en realidad, deja de ser tuyo, o mío, o de un sujeto, para ser solamente la extrañeza con que se piensa esta mirada desde estos ojos. Sale de sí. Es el sitio intermedio, la referencia, la fijeza, la duración desde donde reverbera y reverbera sin parar en dos direcciones, campo y contracampo, pantalla y receptor, campo y contracampo, interpretación e intérprete, y así sucesivamente, ver y ser visto, ver y ser vista, ser visto y ver, ser vista y ver, ver ver, el sentido de desear la unidad en la diferencia, ahora, desde este cuadro, sin abstracciones, el sentido de unir el deseo en lo diferente para la mirada, que siempre es otro, todo otro, todo sexo, todo género, todo no sexo, todo no género, todo vaivén, y así sucesivamente, que, luego, estalla, vuelve a estallar dentro del estallido, sigue y sigue estallando en la conciencia que refleja la luz... imagen y semejanza. Dios. Su supremo vacío. Nuestra identidad personal de más que dos, más que tres, más que cuatro, más y más indefinidamente. El puente, la escalera. El medio. El justo medio. La rueda del cambio, el ojo del cosmos. Y todas las demás figuras de esa imagen, de esa semejanza, de esa extrañeza, ese negro silencio visual, objetivo. La hendidura, el abismo. Catarsis. La sorpresa de ascender. A continuación, un yo intermitente. El flujo que se interrumpe y continúa, que fluye a saltos, por intermitencias, en espasmos, la relación de un no y un sí físicos, pulsionales, la esquizosemia, la idea que permanece en y para sí, que se piensa afuera de quien la piensa en ti. Un ente plural despliega los párpados en la mirada objeto de este relato. Estás mirando el inicio del siguiente giro. La nobleza. Oigo tu nombre. Tal como de este modo queda demostrado. película(s) que vemos juntos y la razón porque las vemos juntos como cine, nuestro diálogo sistemático de más de dos sobre el cine como lugar ideal para reconsiderar la mejor forma de vivir en armonía. Nuestro aprecio microanalítico por el cine como medio alquímico del amor. Una razón colectiva, nuestro trabajo periodístico, didáctico, académico. Nuestro sagrado trabajo. Un manual, el taller. Dar gracias por los privilegios, sagrados privilegios de la perversa, perversa mirada. Ver con el ojo interior, el ojo cósmico de la mente, el ojo del pensar que sabe que piensa. Más puede ser todo el tiempo. Por eso todo el tiempo todo es tentativo; la palabra taller es un homenaje a quien(es) lee(n) y participa(n) realmente en la producción escriturística de este Manual, o sea, quienes hoy en día aprenden a apreciar mejor la(s) película(s) al poner a prueba nuestro escrito. El medio, lo manifiesto, es el cine, la experiencia; y lo latente, el mensaje, será pensar la comunidad. De principio la comunidad de pensamiento que nos da la experiencia cinemática. Conversar la(s) película(s), pensar la mirada. Pensamiento colectivo, impulso afuera de la masa, autoconciencia, desciframiento del mensaje social último del cine. Ni producto ni arte, bisagra. Potencia. Dejar pasar en un sentido con sentido, abrir un camino. Comunicarse. Hacia la unidad no-violenta del pensar. Armonía. Acuerdo de pensar. Dar gracias por lo que se ve y se piensa en el cine, agradecer la posibilidad de ver el devenir del tiempo y poder reaccionar conscientemente como artistas ante ese enigma. Ver y nombrar la sustancia del cine, para darle un precio al esfuerzo colectivo y maduro de pensar (en) el cine, así, desde lejos, desde un manual, desde la escritura, desde básicamente el microanálisis del videograma; sin autor, sin productor. Sin límite. Desde el sitio theórico del espectador en la tragedia. Donde no hay poesía para sí, toda explicación semiótica de un medio de comunicación expresa un anhelo en sí de poética. Es decir, el anhelo de construir puentes existenciarios entre las palabras y las cosas, entre el habla y el principio de la realidad. Poesía del cine, poetizar el cine. |
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