4. Un precio
HAY QUE PENSAR UN PRECIO del cine que tome en cuenta los muchos elementos que deben darse para que de veras ocurra la experiencia cinemática, para que, así, con ese precio plural, realmente acordado en común, quede clara la marca que deja el hecho en sí de ver una película, es decir el trabajo personal de recibirla y trabajarla en la conciencia, de percibir la mimesis y aspeccionar la diégesis, activar el trabajo de interpretar para ver la idea del cine. Un precio todavía muy difícil de fijar y pagar, porque es el precio de un acontecimiento en efecto inapreciable por completo. Un precio "inapreciable", sin precio, porque, desde cierta perspectiva, la del opio y la ilusión, puede ser despreciable, mínimo, nada de nada; y al mismo tiempo, desde otra perspectiva, la que busca lo esencial, la que sigue el proyecto radical de indagar por el deber ser más íntimo de la existencia personal, el cine resulta ser de un valor e interés incalculables, pues le da otra forma, una más amplia, a la conciencia, la deja pensar la aspección y percepción del mundo, la deja ver la mirada... la razón de ser. Si en los hechos el cinematógrafo logra anestesiar tanto dolor y sacrificio innecesarios, tanto exceso explotador de la racionalidad instrumental administrativa (que, por ejemplo, como estudio de tiempos y movimientos de trabajo en el taller y la fábrica, regula visual, gráfica y verbalmente la sustancia para sí del proceso de trabajo), entonces, en su contraparte, en su sombra burguesa, el cine también puede comprenderse como un síntoma de utopía, el deseo de un deseo supremo, una zona de roce(s) entre el deseo y la institución. Desborde de precios. Muchos valores en tensión inquieta. Inflación idolátrica, inquisición y mística, la última hoguera de la religión. Fetiche sin divinidad. Y en su sombra la más sanguinaria deflación, la cultura chatarra, los tragapalomitas, el espectáculo carcelario y encarcelante, la amnesia que anestesia por la pantalla. Sin embargo, el sentido del cine siempre está todavía afuera de los precios, vale más que eso, más que todo. Está donde comienza la diferencia sutil del "aprecio"; el afecto, la consideración, el cariño, la estimación... hacer caso a la otredad del otro. De ese modo el cine sale de la oscuridad nihilista, camina por la otra orilla y constituye el pensamiento que hace el siglo sobre la praxis del siglo y así sucesivamente. Una lente espiritual que deja pasar la luz de la razón libre. Porque todavía no se sabe lo que puede comunicar el cine, y, sin embargo, desconociendo aún su precio, hay que apreciarlo, para saber de alguna manera lo que vale el trabajo de leer/interpretar la marca del cine en la conciencia, la mirada que otorga el cine, el sueño y la vigilia del cine... En la manera como afecta todas las valoraciones contemporáneas, en la marca que produce el acontecimiento de una película, la figura cinemática, algo completamente nuevo en la conciencia. La primera manifestación mágica del nuevo medio eléctrico que habitamos desde hace poco más de un siglo, su internalización como nueva casa del ser, la maravilla del cine, su identificación con el discurso que critica la metafísica de occidente, el cine y sus maravillas, el cine en el país de las maravillas; habitar la manifestación cinemática de nuevos deseos libertarios, ver de verdad el significado práctico de las utopías que hace desear la imagen (movimiento, tiempo). De ahí que el trabajo real de un manual de apreciación cinematográfica tenga como uno de sus principales objetivos poner en serio un precio al cine; económico-político, para encontrar el principio de la realidad del cine, lo real de la película y las películas, el problema de ser una industria capitalista, su marca social; y, una vez criticada la apariencia mercantil del cine del siglo XX, contra la economía política y la política económica, contra la economía y la política, ponerle precio ontológico, precio fundamental, decisivo, o sea, apreciar mejor el mensaje del cine en relación con nuestra propia existencia pensante, es decir con respecto a nosotros mismos como personas convocadas a vivir (pensar/hacer) la sabiduría*. Apreciar el cine como mérito, como triunfo del pensamiento. Ser puro devenir pensamiento sin sujeto, conciencia ideal de la dinámica de la pantalla; libertad(es). Deseo. Escopofilia. El gusto que causa el gesto de mirar el resplandor del cine. El tierno fuego eléctrico. Por tanto, aunque aquí no evitamos analizar el cine como obra de arte y objeto del deseo de entretenimiento, nuestro interés reflexivo siempre quiere ir más a fondo en la reflexión crítica. Describir el objeto, decir la cosa de La Cosa. Nuestro interés crítico-analítico quiere dirigirse hacia la plena autoconciencia posible del lenguaje cinemático o, mejor dicho, del modelo de representación cinemática de la imagen puesto en acción por el acontecimiento del cine, la(s) película(s), o sea, la forma general como el cine se (nos) comunica --para aprovechar lo más correctamente posible la situación entre el deseo y la represión de la institución cultural mexicana donde estamos trabajando directamente como taller, por escrito, conversando, al pensar en y para sí de forma radicalmente colectiva el precio real del cine, el trabajo que cuesta comprender el sentido del cine en tanto cine. Que quien manipule el manual consiga manipular del mismo modo la experiencia cinemática, a fin de liberarse del sujeto enajenado en el sexo, el dinero y la política de la(s) película(s). El/la sujeto que por sistema inconsciente de hábito se niega, por ejemplo, a conocer la trama completa de una película que todavía no ha visto. Misma entidad que considera desperdicio ver una película más de una vez. * "Este cosmos --el mismo para todos-- no fue hecho por ningún dios ni ningún hombre, sino que siempre fue, es y será fuego eterno, que se enciende según medida y según medida se extingue." HERACLITO, fragmento 30. |
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